LA EXCELENCIA ES UN SENTIMIENTO
Repasando
el Libro de Liderazgo de Wardell, una empresa canadiense de consultoría
estratégica, encuentro que allí se precisa que los valores son las reglas
del camino. Actúan como una poderosa herramienta de toma de decisiones.
Por
ejemplo, usted va a una panadería y encuentra que hay dos tipos de pan listos
para la venta y un tercero en el horno a una hora de estar listo. El primer
tipo de pan es económico; el segundo vale el doble que el primero y está hecho
de trigo, por lo tanto con mejor sabor y estética. El que está en el horno es
orgánico, muy saludable, puro grano y vale el triple que el primero. ¿Qué
valora más usted? lo económico y rápido, o valora más el sabor y la estética pero
no está dispuesto a pagar tanto y/o esperar una hora para regresar por su pan.
La
excelencia es un valor de nuestra organización y es a la vez un valor personal.
No basta con señalar y proclamar que ese valor nos conduce o acompaña en el
camino; es necesario vivirlo. Sentirlo.
Personalmente
yo “descubrí” la excelencia desde un principio. Yo realizo trabajo con la
excelencia como referencia, como luz del camino, sin ánimo de llegar a alcanzarla
completamente algún día. Hago mi mejor esfuerzo en cada trabajo y en el
siguiente trato de hacerlo mejor aún. No siempre con éxito, pero la referencia
sigue allí, adelante en el camino.
Un
buen día me llené de valor y le pregunté: señor Alonso, ¿por qué tenemos que
sacrificar parte de nuestra vida familiar por atender el trabajo? ¿Qué es lo
que le guía a actuar de esa manera? Y Alonso me contó la historia:
Cuando
García Márquez ya era famoso y había ganado el premio nobel de Literatura,
concedía muchas entrevistas. En una de estas, se produjo el siguiente diálogo
con un periodista:
Don Gabo, cuéntenos, siendo usted tan
buen escritor, seguramente usted disfruta al escribir y busca el mejor lugar de
la casa u oficina, el más cómodo, y se sienta, con un café en la mano, a
escribir.
Cuando se me ocurre una
idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y
dejo que se vaya madurando. Cuando la tengo terminada (y a veces pasan muchos
años, como en el caso de Cien Años de Soledad, que pasé diez y nueve años
pensándola), cuando la tengo terminada repito, entonces me siento a escribirla
y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre.
¿Le es difícil
escribir? ¿Le parece aburrido? Entonces, ¿por qué se dedicó a escribir?
Gabo se tomó un pequeño momento para
pensar y con una gran sonrisa le dijo: Porque el sentimiento que experimento
cuando termino mi obra, no lo cambio por nada en el mundo.
Obviamente,
no estoy a la altura del Maestro o de Gabo, pero creo saber un poco del
sentimiento del que habla el escritor colombiano.
Carlos
Velarde
Socio
de Consultoría
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